viernes, 30 de diciembre de 2011

Reflexión

Imaginemos un lugar, una habitación hermosa con juguetes con todo lo que quieras tener o lo que ya tienes. Ahora bien, en ese lugar hay un niño pequeño,  y dos adultos. Ese niño pequeño se irá con aquella persona que le provoque más confianza, con el que sepa que se va a divertir y el que le va a consentir mucho más, con el que sabe que lo atenderá, escuchará y en caso de que lo necesite lo consolará.
Ya podemos oír cómo se ríe ese niño, como juguetea con el adulto. Así se puede llevar minutos, horas e incluso días o años. Jugando con ese mayor, llamado su atención, aprendiendo cosas de él, y el adulto igual. No obstante, ¿Qué pasaría si en ese lugar, aparece otra persona? Otro adulto que a ojos del pequeño niño, le parece más atractivo, más llamativo y que le proporcionara más cosas que con el que ha estado casi una vida.
Ocurrirá que el pequeño dejará al primer adulto de lado, se irá con el nuevo adulto que ha aparecido y olvidándose del otro, jugara, sonreirá y se divertirá con el otro, sin tener en cuenta que realmente está dañando al otro adulto, al primero que lo acogió en sus brazos, que le dio parte de su corazón, corazón que está roto por el cariño que le falta. Quizás sea una exageración ya que todo lo que hace el niño nos lo tomamos como algo divertido, el niño está aprendiendo, esta divirtiendo a unos u a otros.
Nos consta que el niño lo ha hecho inconscientemente, simplemente el niño se ha dejado querer por uno o por otro, que cuando el adulto segundo desaparezca volverá al primero, pero es realmente justo eso. Cuando lo hace un pequeño, es gracioso, pero y ¿Cuándo lo hace un adulto?

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